La madurez emocional no se impone: cómo acompañar a nuestros hijos cuando la vida les frustra

En la crianza, uno de los mayores retos es acompañar el malestar de nuestros hijos sin sobreprotegerlos ni empujarlos a situaciones dolorosas “para que aprendan”. Vivimos en un mundo donde pareciera que la única manera de crecer es a través del sufrimiento, o que, por el contrario, debemos evitar cualquier tipo de frustración. Al contrario, ninguno de estos extremos educa de manera eficiente.

La realidad es que la vida cotidiana ofrece más que suficientes momentos difíciles para que los niños desarrollen herramientas emocionales auténticas. No hace falta forzar las enseñanzas ni esquivar todos los tropiezos. Lo que sí necesita cada niño es una presencia adulta que sepa estar, contener y guiar, sin anular ni imponer.

Frustrarse es parte del desarrollo, sufrir no debería serlo

Cuando un niño atraviesa una situación que no sale como esperaba —una discusión con un amigo, un juego que pierde, una actividad que no le resulta—, está experimentando lo que coloquialmente denominamos “una dosis necesaria de realidad”. La frustración en sí no es negativa, de hecho, es una oportunidad para aprender a adaptarse, a tolerar los límites, y a gestionar los propios impulsos.

Lo dañino no es frustrarse, sino sentirse solo o juzgado mientras ocurre. El sufrimiento no nace de la emoción misma, sino de no saber qué hacer con ella o de sentir que no hay espacio para expresarla. Por eso es tan importante entender que no se trata de evitar que nuestros hijos pasen por momentos difíciles, sino de estar disponibles para ellos cuando lo hagan.

¿Por qué no deberíamos provocar sufrimiento “para que aprendan”?

Algunos discursos más arcaicos, pero aún vigentes, sugieren que los niños necesitan “mano dura” o pasar por situaciones traumáticas para valorar lo que tienen o aprender a comportarse. Al contrario de lo que se cree, imponer el sufrimiento como método educativo sólo genera miedo, resentimiento, o desconexión emocional. Seguro que habéis oído o dicho frases de esta índole en algún momento de vuestras vidas:

  • “Hasta que no te disculpes, no sales de aquí”
  • “Deja de llorar, no es tan grave como parece.”
  • “Si tú estás mal, me haces sentir mal a mí.”
  • “Cuando seas mayor, verás lo que son problemas de verdad.”
  • “No puedes ponerte así por cualquier cosa.”

Estas frases pueden parecer disciplinarias, pero en el fondo niegan lo que el niño siente y le enseñan que no está bien expresar ciertas emociones, sobre todo si son incómodas para el adulto. Esto no genera madurez, sino bloqueo emocional, o incluso vergüenza por sentir.

Evitar todo malestar tampoco es la solución

Al otro extremo encontramos la sobreprotección: intentar suavizar cada experiencia, dar explicaciones prematuras, o quitar del camino cualquier piedra del camino que pueda provocar incomodidad. Sin darnos cuenta, este estilo más evitativo también impide que los niños desarrollen recursos internos para afrontar los retos. Si cada vez que se sienten tristes, frustrados, o enfadados intervenimos para distraerlos, minimizamos lo que sienten, o damos una solución inmediata, no les estamos enseñando a comprender sus emociones, sino a invalidarlas.

¿Entonces qué podemos hacer como adultos presentes y emocionalmente disponibles?

Acompañar de verdad significa respetar el ritmo emocional del niño, darle lugar a su vivencia, y ofrecer contención sin querer apurar el proceso. No se trata de tener siempre las respuestas, sino de mostrarse disponibles, confiables, y empáticos.

A continuación os dejo algunas alternativas más conscientes y respetuosas:

  • “Entiendo que esto te ha dolido y no sabes cómo seguir ahora. Estoy aquí si quieres hablar o simplemente estar en silencio.”
  • “Veo que estás muy afectado. Cuando estés listo, podemos pensar juntos en cómo seguir.”
  • “Ahora mismo estás muy alterado. Yo también necesito un momento para calmarme y después volvemos a hablar.”
  • “Esto que te está pasando es importante para ti, aunque a otros les parezca pequeño.”
  • “Quizás ahora no puedas ver una salida, y está bien. No siempre hay que tener una respuesta inmediata.”

Este tipo de respuestas no buscan eliminar el malestar, sino integrarlo emocionalmente. Así el niño aprende que sentirse mal no es un problema, que sus emociones tienen sentido, y que puede contar con un adulto que le acompaña sin juicio, ya que la verdadera fortaleza emocional se construye desde el vínculo, no desde el castigo.

En conclusión: crecer no es sufrir en soledad, es aprender acompañado

Criar con conciencia emocional no significa hacerlo todo perfecto, significa elegir estar presentes, incluso cuando no sabemos qué decir. También significa confiar en que la vida trae sus propias enseñanzas, y que nuestro rol es sostener, no forzar ni evitar, porque los niños no necesitan pruebas de carácter: nuestros hijos necesitan experiencias emocionales auténticas, con un adulto disponible que los ayude a convertir cada frustración en un peldaño más hacia su maduración.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio